CUANDO DIOS NOS PROMETE QUEDARSE
- estradasilvaj
- 18 may
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Hay pasajes del Evangelio que no se leen; se escuchan. Se escuchan con el alma, como quien oye la voz de alguien muy querido que le habla al corazón, no a los oídos. Juan 14, 21-26 es uno de esos momentos. Jesús no enseña, no discute, no corrige. Jesús se entrega en palabras, y deja que el discípulo decida si quiere abrir la puerta o seguir escuchando desde afuera.
“El que acepta mis mandamientos y los guarda, ése me ama…”
Jesús no impone condiciones ni promete premios. Él revela una conexión: guardar sus mandamientos es el lenguaje concreto del amor.
En el fondo, el amor a Cristo no se mide por emociones, ni siquiera por oraciones fervorosas o gestos espectaculares. Se mide en fidelidad.
No una fidelidad fría y obediente, sino una que nace del afecto. Guardar su Palabra es atesorarla, como se guarda una carta antigua que aún tiene el perfume del amado.
¿Amo a Jesús?
La pregunta no me lleva a pensar cuánto lo digo, sino cuánto lo vivo.
¿Guardo lo que me dice como quien custodia un tesoro? ¿O lo dejo a la intemperie de mis distracciones?
“Mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él.”
Este versículo es un abismo de ternura. No se trata solo de que yo ame a Dios.
Jesús dice que el Padre y Él vendrán… y harán morada en mí.
¡Qué palabras!
No a visitarme. No a inspeccionarme. No a juzgarme.
A quedarse.
El verbo griego para “hacer morada” (monēn) es el mismo que Jesús usó antes cuando dijo: “En la casa de mi Padre hay muchas moradas” (Jn 14, 2).
Dios prepara un lugar para mí… y, a la vez, quiere que yo sea lugar para Él.
La casa del Padre no es solo el cielo futuro.
Es mi alma, si se deja amar.
“Señor, ¿por qué vas a manifestarte a nosotros y no al mundo?”
La pregunta de Judas (no el Iscariote) no es menor.
¿Por qué algunos experimentan la presencia de Dios y otros no?
Jesús no responde con teología especulativa.
Vuelve al punto clave: el que ama, guarda la Palabra. Y Dios se manifiesta ahí.
El mundo que no ama no puede ver.
Porque ver a Dios no es cuestión de pupilas, sino de disposición.
“El que no me ama, no guarda mis palabras…”
Este versículo, tan directo, no suena como reproche, sino como lamento.
Jesús no está condenando; está mostrando una verdad dolorosa: cuando alguien no ama, no puede sostener la fidelidad.
La Palabra le suena ajena, pesada, molesta.
Y sin esa Palabra, la relación con Dios se enfría, se pierde, se desvanece.
No por castigo.
Sino porque el alma que deja de amar se convierte en tierra seca.
Y el agua de la Palabra no puede penetrar donde no se quiere recibirla.
“El Paráclito, el Espíritu Santo… les enseñará todo y les recordará todo lo que les dije.”
Jesús sabe que el corazón humano es frágil.
Por eso, no nos deja solos.
Nos promete un Amigo interior, un Maestro paciente, un recordador fiel: el Espíritu Santo.
Él es quien actúa en lo escondido.
No se impone, no grita, no exige.
Susurra. Recuerda. Acompaña. Sostiene.
Y va modelando el alma del discípulo como el alfarero que no se cansa del barro.
Cuando el Evangelio parece distante, cuando la fe tambalea, cuando la oscuridad confunde… el Espíritu actúa. Y nos devuelve la voz del Maestro.
¿Cómo vivir este Evangelio? Un camino espiritual
Juan 14, 21-26 no es solo para leer; es para encarnar. Aquí algunas preguntas y pasos para orar con él:
1. ¿Qué lugar tiene la Palabra de Jesús en mi vida diaria?
¿La leo? ¿La medito? ¿La dejo habitarme? ¿La dejo que me cuestione?
2. ¿Guardo los mandamientos como una carga o como un acto de amor?
¿Obedezco por miedo o por deseo de vivir en comunión con Cristo?
3. ¿Siento que Dios vive en mí? ¿O vivo como si estuviera solo?
¿Me dejo habitar o me cierro? ¿Le doy al Señor un espacio o solo las sobras?
4. ¿Invoco al Espíritu Santo en mis decisiones, en mis cansancios, en mis dudas?
¿Lo dejo ser Maestro y amigo? ¿O lo reservo solo para momentos “religiosos”?
Este pasaje es medicina para el alma dispersa.
Jesús no impone; propone.
No exige; llama.
No busca esclavos; busca corazones que deseen amar como Él ama.
Y si nos atrevemos a guardar su Palabra, aunque sea en medio de nuestra fragilidad, Él vendrá.
Y no vendrá solo. Vendrá con el Padre. Con su Espíritu. Con su paz.
Porque el cielo no está lejos.
Está donde Dios se deja amar.
Y ese lugar puede ser tu alma.
Oración final
Señor Jesús,
a veces mi corazón se llena de ruido
y tu Palabra me parece lejana.
Pero hoy quiero volver a guardar lo que dijiste
como quien encuentra una perla preciosa.
Ven con el Padre y haz morada en mí.
Que no seas visita, sino habitante de mi alma.
Espíritu Santo,
recuérdame cada día las palabras del Hijo.
Que no las olvide, que no las diluya, que no las endurezca.
Haz de mi vida un hogar para Dios.
Un hogar donde amar sea la única ley.




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