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CUANDO DIOS HABLA EN EL SILENCIO

  • Foto del escritor: estradasilvaj
    estradasilvaj
  • 27 may
  • 5 Min. de lectura

“Muchas cosas me quedan por decirles, pero ustedes no pueden comprenderlas ahora. Cuando venga el Espíritu de la verdad, él los introducirá en toda la verdad. Porque no hablará por su cuenta, sino que dirá lo que ha oído y les anunciará lo que ha de venir. Él me glorificará, porque recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes. Todo lo que es del Padre es mío. Por eso les dije: Él tomará de lo mío y se lo anunciará a ustedes.”

(Juan 16, 12-15)

Jesús, en estas palabras, no reprime ni oculta la verdad. Al contrario, la contiene con ternura y paciencia. Él reconoce un límite: el corazón humano no puede absorber todo de golpe. Como un maestro sabio, sabe que el conocimiento no se impone como un peso, sino que se entrega en la medida en que el alma puede recibirlo.

Este pasaje nos revela algo crucial: Dios no tiene prisa, pero tampoco se detiene. Hay un ritmo sagrado en la revelación de la verdad, una pedagogía que respeta el proceso interior de cada discípulo. Jesús no obliga a entenderlo todo hoy, sino que promete una asistencia futura: la venida del Espíritu de la verdad.

¿No es esta también nuestra experiencia? Hay momentos en los que ciertas verdades nos superan, ciertas respuestas no llegan, ciertas promesas parecen suspendidas en el aire. Y sin embargo, el Espíritu no se ha retirado. Está ahí, silenciosamente conduciéndonos a comprender lo que antes no podíamos ni imaginar.

En un mundo saturado de gritos, anuncios y opiniones, el Espíritu Santo no entra en la competencia del ruido. No habla por su cuenta. No improvisa. No manipula. No empuja. Solo transmite lo que ha oído del Hijo, y lo hace con el susurro de quien respeta la libertad interior.

El Espíritu es como un guía interior, que no sólo revela verdades teológicas, sino que también nos muestra el corazón de Dios en la experiencia concreta de la vida. ¿Cómo lo hace? A menudo, a través de intuiciones que nos iluminan de golpe. Otras veces, a través de la memoria que se despierta y nos recuerda una palabra de Jesús justo cuando más la necesitamos.

El Espíritu no impone, inspira. No obliga, atrae. No confunde, clarifica.

Y sobre todo: no glorifica a sí mismo, sino a Cristo. En tiempos en que tantas “espiritualidades” llevan a un narcisismo disimulado, el Espíritu verdadero se reconoce por esto: nos lleva a amar más a Jesús, a vivir como Él, a dejarnos transformar a su imagen.

Jesús promete que el Espíritu nos conducirá a toda la verdad. Pero no como quien entrega un libro cerrado o un dogma frío. La verdad que el Espíritu revela es relacional, progresiva, viva. No es un dato, es un destino. No es una idea, es una persona: Cristo mismo.

Aquí radica una enseñanza poderosa: la verdad no es algo que se posee, sino alguien con quien se camina. Cuando la verdad se convierte en un arma contra otros, en una bandera de soberbia, en una excusa para humillar, ya no es verdad del Espíritu. Porque el Espíritu lleva a la verdad a través del amor, la paciencia, el perdón, la humildad.

Muchos han usado el nombre de Cristo para imponer verdades sin el Espíritu. Y cuando se desliga la verdad del amor, se convierte en ideología, no en fe. La verdad cristiana, en cambio, siempre se encarna en la caridad.

Cuando Jesús dice: "Muchas cosas me quedan por decirles", nos está enseñando que Dios no lo dice todo de una vez porque quiere hablar siempre. Él se reserva palabras para cuando el alma esté más madura, más receptiva, más libre. A veces, el silencio de Dios no es ausencia, sino pedagogía.

Esto es liberador. Porque nos permite vivir sin la ansiedad de saberlo todo ya. Nos da permiso para estar en camino. Nos enseña que incluso nuestras dudas pueden ser tierra fértil donde el Espíritu está sembrando algo nuevo.

La fe no es tener todas las respuestas, sino saber quién las tiene.

Y en este sentido, el Espíritu es ese compañero invisible que nos toma de la mano y, sin grandes discursos, nos lleva por dentro hacia una comprensión más honda de las cosas. A veces a través del dolor, otras veces a través del gozo inesperado. Pero siempre hacia la verdad que nos hace libres (cf. Jn 8,32).

El Espíritu Santo no es una “nueva revelación” desconectada de Jesús. Al contrario, es la voz prolongada de Cristo. Lo que el Espíritu nos dice es lo que ha oído del Hijo, y el Hijo lo ha recibido del Padre. Hay una armonía trinitaria en esta revelación, una comunión perfecta.

Esto significa que todo lo que viene del Espíritu es coherente con la vida y enseñanza de Jesús. Si algo “espiritual” contradice el Evangelio, no es del Espíritu de Dios.

Y también significa que no estamos solos. El mismo Espíritu que descendió sobre los discípulos en Pentecostés, hoy habita en el corazón de la Iglesia y de cada creyente. No como un huésped temporal, sino como una presencia activa, constante, dinámica.

¿Te imaginas vivir cada día con la conciencia de que el Espíritu está hablándote desde dentro, conduciéndote, recordándote las palabras de Jesús, dándote luz en las decisiones, paz en las tormentas, y fuerza en las pruebas?

El Espíritu Santo no es un “extra” para cristianos carismáticos. Es el alma misma de la vida cristiana.

¿Cómo vivir este mensaje?

+ Aprende a esperar el tiempo de Dios.

No todo se entiende hoy. No todas las respuestas vienen ahora. Hay verdades que solo comprenderás cuando estés listo, cuando hayas sufrido, perdonado, amado, llorado… y entonces lo verás. No fuerces el ritmo divino. Confía en que el Espíritu trabaja incluso cuando tú no lo ves.

+ Escucha en el silencio.

El Espíritu no grita. Entra en ti cuando bajas el volumen del mundo. Apaga el ruido, las redes, las opiniones. Y escucha en la oración, en la Palabra, en el corazón. Allí, en ese susurro, Dios tiene algo que decirte.

+ Deja que el Espíritu te forme.

No basta con saber cosas de Jesús. El Espíritu quiere hacerte vivir como Él. Eso significa dejar que te transforme, que te cuestione, que te desinstale. ¿Estás dispuesto a dejarte moldear?

+ Discierne los espíritus.

No todo lo “espiritual” viene de Dios. El criterio es claro: ¿esto me lleva a Cristo?, ¿me hace más humilde, más justo, más libre, más misericordioso? Si no, no es el Espíritu de la verdad.

+ Sé transmisor del Espíritu, no usurpador de verdades.

No uses la fe para aplastar al otro. Sé canal del Espíritu, no dueño de la verdad. Ofrece la verdad con ternura, no con dureza. Sé luz, no fuego destructor.

Juan 16, 12-15 es un compendio de esperanza y humildad. Jesús no exige comprensión inmediata, pero promete una compañía fiel que nos llevará, paso a paso, a comprender lo que ahora se nos escapa. Esa compañía es el Espíritu.

Él no solo nos habla de Cristo: nos configura con Él. No solo nos informa: nos transforma. No solo nos da certezas: nos enseña a vivir con sabiduría. Es el alma de la Iglesia, el alma del Evangelio, el alma de cada cristiano que se deja guiar.

Que esta palabra de Jesús se haga carne en nosotros:

Que aceptemos no saberlo todo hoy.

Que escuchemos al Espíritu en lo escondido.

Que vivamos en camino hacia la verdad plena, sin olvidar que esa verdad es el amor de Cristo revelado en cada paso del camino.

Oración final:

Espíritu Santo, guía de los corazones sinceros,

ven a mi vida como luz que no ciega, sino que aclara.

Enséñame a caminar con humildad hacia la verdad que libera.

No permitas que me adelante al tiempo de Dios,

ni que me atrase por miedo a cambiar.

Hazme dócil a tu voz, firme en la fe,

y siempre enamorado de Jesús,

la Verdad que me llama a vivir en el Amor.

Amén.

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