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CAMINAR EN LA LUZ

  • Foto del escritor: estradasilvaj
    estradasilvaj
  • 29 abr
  • 5 Min. de lectura

CAMINAR EN LA LUZ

"Este es el mensaje que hemos oído de Jesucristo y que os anunciamos: Dios es luz y en él no hay tiniebla alguna. Si decimos que estamos en comunión con él y vivimos en las tinieblas, mentimos y no obramos la verdad. Pero, si caminamos en la luz, lo mismo que él está en la luz, entonces estamos en comunión unos con otros, y la sangre de su Hijo Jesús nos limpia de todo pecado."

(1 Juan 1,5-7)

Hay palabras que parecen encender una chispa en el alma, como si fueran el eco de una promesa olvidada. "Dios es luz" es una de esas palabras. No "Dios tiene luz", no "Dios conoce la luz", sino que Él mismo es la luz. Luz pura, sin sombra, sin un solo rincón donde anide la oscuridad.

Esta imagen no es una metáfora fría; es una verdad abrasadora. El profeta Isaías ya nos invitaba a contemplar esta realidad:

"¡Levántate, brilla! Porque ha llegado tu luz, y la gloria del Señor ha amanecido sobre ti." (Isaías 60,1).

Caminar hacia Dios es caminar hacia la claridad, la verdad, la belleza. Es dejar atrás las penumbras en las que el corazón se extravía.

Y aquí viene el primer golpe suave pero firme de la carta de Juan: no podemos caminar en la luz y, al mismo tiempo, coquetear con las tinieblas. Si nuestras palabras dicen "creo", pero nuestros pasos bailan en las sombras del egoísmo, la envidia, la mentira o la indiferencia, somos —con permiso de san Juan— unos pobres actores de una tragicomedia espiritual.

"Si decimos que estamos en comunión con él y vivimos en las tinieblas, mentimos y no obramos la verdad." (1 Juan 1,6).

El lenguaje de Juan es de una honestidad brutal. Nada de zonas grises, nada de excusas: o se vive en la luz o se vive en la sombra. Y este realismo es, paradójicamente, tremendamente liberador. ¿Por qué? Porque nos obliga a mirarnos sin maquillaje espiritual.

Es fácil proclamarse cristiano desde una cómoda rutina de gestos vacíos. Pero el apóstol nos confronta: ¿dónde están tus pasos cuando nadie te ve? ¿Dónde está tu alma cuando las máscaras caen?

Jesús mismo fue tajante al respecto:

"El que me ama, guardará mi palabra." (Juan 14,23).

Amar a Dios no es sentir mariposas en el estómago durante la oración, sino vivir de tal modo que cada elección, grande o pequeña, sea un latido al compás del corazón de Cristo.

Ahora bien, el llamado no es solo una advertencia, sino una promesa colosal:

"Pero, si caminamos en la luz, lo mismo que él está en la luz, entonces estamos en comunión unos con otros, y la sangre de su Hijo Jesús nos limpia de todo pecado." (1 Juan 1,7).

¡Qué belleza! Caminar en la luz no solo nos conecta con Dios, sino que crea lazos verdaderos entre nosotros. La comunión no es una idea romántica; es la sangre de Cristo actuando entre hermanos que, reconociéndose débiles, se apoyan, se levantan, se sanan mutuamente.

Pablo lo dice con otro lenguaje, igual de potente:

"Soportaos unos a otros y perdonaos mutuamente, si alguno tiene queja contra otro. Como el Señor os perdonó, así también hacedlo vosotros." (Colosenses 3,13).

La luz no es un escenario individualista. En la luz, todos somos familia. Y en esa familia, no hay sitio para rencores disfrazados de distancia, ni para silencios que matan lentamente.

Además, la promesa más grande resplandece aquí: la sangre de Jesús nos limpia de todo pecado. No de algunos pecados, no de los que "no son tan feos", sino de todo pecado. La luz de Dios no solo expone nuestras heridas, sino que las cura. Dios no nos revela nuestro pecado para humillarnos, sino para sanarnos.

Aterrizar esta verdad en nuestra vida diaria no es complicado, pero sí profundamente exigente.

Caminar en la luz implica:

-Vivir en la verdad, aunque duela.

Jesús dijo: "Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres" (Juan 8,32). Mentirnos a nosotros mismos, maquillar nuestras faltas o justificar nuestras caídas no nos libera, nos encadena.

-Amar sin cálculos.

"En esto conocemos lo que es el amor: en que Jesucristo entregó su vida por nosotros; así también nosotros debemos entregar la vida por nuestros hermanos." (1 Juan 3,16).

-Perdonar con generosidad.

No de forma rencorosa, no "perdono pero no olvido", sino al estilo de Dios, que arroja nuestros pecados al fondo del mar (Miqueas 7,19).

-Buscar la conversión diaria.

No basta con "haber tenido un encuentro con Dios" hace años. La vida cristiana es un constante volver a la luz, un resurgir cada mañana, un volver a la fuente de la misericordia.

La vida no es siempre un escenario claro. A veces las tinieblas parecen imponerse, como tormentas que ensombrecen la fe. Hay caídas, hay cansancio, hay días en que uno parece estar más cerca de la sombra que de la luz.

Pero ahí, incluso ahí, la promesa sigue en pie:

"La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron." (Juan 1,5).

No importa cuán densa parezca la noche: Dios no deja de ser luz. Y su luz nos alcanza incluso cuando nosotros ya no vemos nada.

El caminar cristiano no es una marcha triunfal de héroes perfectos, sino el viaje humilde de pecadores que no dejan de mirar al horizonte donde amanece Cristo.

Para que esta reflexión no quede como un bonito poema espiritual, te propongo algunas prácticas concretas para caminar en esa luz que es Cristo, cada día:

1. Examen de conciencia diario

Antes de dormir, haz un repaso breve pero honesto de tu día: ¿dónde viviste en la luz? ¿dónde dejaste que las sombras ganaran terreno? No para flagelarte, sino para pedir la fuerza de corregir y crecer.

2. Confesión frecuente

No hay limpieza más dulce que la del alma en el sacramento de la reconciliación. No dejes que el polvo del pecado se acumule.

3. Obras de caridad escondidas

Haz cada día una obra buena que solo Dios vea. Un gesto de amor gratuito y silencioso es luz pura que disuelve las tinieblas.

4. Buscar la verdad en los conflictos

Cuando surjan problemas con otros, pregúntate: ¿qué es lo verdadero aquí? ¿Qué quiere Dios de mí en esta situación? No busques tener razón, sino vivir en la verdad.

5. Alabanza en los momentos difíciles

Cuando la oscuridad apriete, canta. Aunque sea con la voz quebrada. Como decía el salmista:

"Aunque camine por valles oscuros, no temeré ningún mal, porque tú estás conmigo." (Salmo 23,4).

Caminar en la luz no es una opción para almas selectas; es el destino para todos los que han sido tocados por el amor de Cristo. La luz nos llama, nos envuelve, nos transforma. No tengamos miedo de dejar atrás las sombras. No tengamos miedo de vernos tal como somos, porque Dios, en su infinita ternura, ya nos ha visto... y ha decidido amarnos hasta la cruz.

"Porque en otro tiempo erais tinieblas, pero ahora sois luz en el Señor; caminad como hijos de la luz." (Efesios 5,8). Caminar, descalzo, sin miedos.

¿Te animas hoy a dar un paso más hacia esa luz que nunca se apaga?

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