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CADA NOCHE

  • Foto del escritor: estradasilvaj
    estradasilvaj
  • 28 may
  • 2 Min. de lectura

Es de todos los días.

Cada noche, con el cansancio encima de los hombros y con la cabeza llena de muchas imágenes y rostros, recuerdos y realidades humanas, me acojo a la voluntad del Señor.

Me atrapa la medianoche, cuando después de orar por muchas personas que me escriben o que sé que necesitan de la misericordia de Dios, acudo en el silencio de la oración. Pero, sobre todo, oro por mí. Pues sé que lo necesito.

Necesito perfeccionar mi alma, para que mi servicio sea eficaz y busque siempre la satisfacción de Dios, no mi propio orgullo y paz.

Necesito, renovar mi vida interior, porque el mundo exterior está lleno de ruidos y de falsas realidades que nos hunden en el desconcierto y en fáciles soluciones.

Necesito viajar a lo lejos, de la manos del Señor. Donde sé que hallaré esa paz que me libera y me afila para tiempos duros.

Cada noche, me entrego al sueño que se escapa con el agua del río de la montaña. Como buscando sosiego, quietud y una luz que me dé el calor para mantener viva mi fe.

Son tiempos más qué difíciles, son de pruebas.

Porque el probado y persevera, es el que llega al final.

Con las manos vacías me acuesto, sin saber si veré el mañana.

Y, al despertar, daré gracia a Su nombre. Porque no ha dejado en manos de la muerte, mi vida.

El amanecer llega como las monedas en tiempo de hambre.

Con el brisa de la tarde, después de un día agotador bajo las centellas del sol hiriente que hiere lo viviente, bajo los ojos del Creador.

Con el rostro marchitado, envejecido y como mula exhausta, jadeante tirando de la vida como piedras en la ladera de la montaña.

Cada noche, me acuesto y sueño, tras sueño. Como niño sonriendo a los viajeros de la noche que pasan por la mente de los hombres.

Dejando que Dios me cobije de su bondad de Padre.

Al despertar. La misión espera. Nadie sabe, nadie se imagina.

Por las calles va el misionero de casa y en casa llevando consuelo y amor. La voz de esperanza, la sonrisa de aliento, la paz en medio de gritos y ayes, recogiendo el desconsuelo, la tristeza, el desamor, el hambre y la pena.

Entre mis brazos llevo la pequeña niña, salvando su tierna vida.

Abriendo el camino hacia un día nuevo y lleno de amor humano.

Con el crucifijo en el pecho, encendido de fuego de Cristo.

Dejando en la sombra, el amor fundido que bajó de la cruz, hecho redención de todos

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