ANUNCIEMOS LO INCREIBLE
- estradasilvaj
- 29 abr
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El capítulo 16 del Evangelio según San Marcos culmina con un giro desconcertante, poderoso y profundamente humano: Jesús, el crucificado, está vivo. Sin embargo, lejos de ser una proclamación inmediata y universal, el anuncio de la resurrección se topa con un obstáculo muy humano: la incredulidad. En Marcos 16, 9-15, la Buena Nueva no solo es revelada, sino también ignorada, negada y desafiada, incluso por los más cercanos a Jesús. Este pasaje es una joya que revela tanto la fragilidad humana como la gracia divina, el escepticismo de los discípulos y la tenacidad del Resucitado por enviar su mensaje al mundo.
“Jesús resucitó en la madrugada del primer día de la semana y se apareció primero a María Magdalena, de la que había expulsado siete demonios. Ella fue a anunciarlo a los que habían estado con él, que estaban tristes y llorando. Ellos, al oír que vivía y que ella lo había visto, no le creyeron. Después se apareció en otra forma a dos de ellos que iban de camino al campo. Ellos volvieron para contárselo a los demás; tampoco les creyeron. Finalmente, se apareció a los once mientras estaban a la mesa y les echó en cara su incredulidad y dureza de corazón, porque no habían creído a los que lo habían visto resucitado. Y les dijo: ‘Vayan por todo el mundo y proclamen la Buena Noticia a toda la creación’.” (Mc 16, 9-15)
Este breve pero denso pasaje nos ofrece una mirada a los primeros momentos tras la Resurrección. La secuencia es clara: aparición–anuncio–incredulidad–corrección–envío. Cada paso está cargado de significado para la vida cristiana.
El primer testigo de la resurrección es María Magdalena, una mujer cuyo pasado estaba marcado por el sufrimiento espiritual —"de la que había expulsado siete demonios" (v.9). Ella representa la posibilidad de redención total y el poder transformador del encuentro con Cristo. Es también, sorprendentemente, la primera predicadora del Cristo resucitado.
“Fue María Magdalena a dar la noticia a los que habían estado con él” (v.10).
Pero su testimonio fue recibido con incredulidad. ¿Por qué? Tal vez por ser mujer, tal vez por la imposibilidad de la resurrección según el pensamiento humano, o quizás porque, como nosotros, ellos también necesitaban pruebas, signos, algo tangible.
Este rechazo no desacredita a María, sino que destaca una constante en la historia de la fe: Dios se revela a quien quiere, como quiere, y muchas veces a través de los pequeños o marginados.
Aunque más brevemente descrito que en Lucas 24, Marcos menciona que Jesús “se apareció en otra forma a dos de ellos que iban de camino al campo” (v.12). Aquí se insinúa el misterio del Resucitado: puede ser reconocido o no, tiene continuidad con el Jesús histórico pero también una novedad gloriosa. Su cuerpo no está limitado por el tiempo ni el espacio.
El hecho de que también estos dos discípulos fueran ignorados al relatar su experiencia (v.13) acentúa el patrón de resistencia que domina el texto. Marcos no maquilla la historia: los discípulos no son héroes de la fe inmediata, sino testigos con dudas, temores y corazones cerrados.
“Finalmente, se apareció a los once mientras estaban a la mesa y les echó en cara su incredulidad y dureza de corazón” (v.14).
Jesús no pasa por alto su incredulidad. No la minimiza. La confronta. Y esto es esencial: la fe cristiana no nace de una emoción subjetiva, sino del encuentro con un Resucitado real, que desafía nuestras certezas y nos obliga a decidir.
El término griego para “dureza de corazón” es sklerokardia, una expresión que en la Biblia describe la incapacidad para abrirse a Dios. Es la misma dureza que Jesús confrontaba en los fariseos. Es decir: los propios discípulos, en ese momento, no eran mejores que los opositores del Evangelio.
Pero el amor de Cristo no se detiene ante su escepticismo: lo atraviesa, lo redime, y desde allí, los envía.
“Vayan por todo el mundo y proclamen la Buena Noticia a toda la creación” (v.15).
Este mandato es una síntesis teológica y misionera de todo el Evangelio: lo que han recibido gratuitamente, anúncienlo. El Resucitado no construye una fe de élites iluminadas, sino un movimiento universal: ¡a toda la creación! Esta inclusión cósmica resuena con Romanos 8, donde Pablo afirma que la creación entera gime esperando la redención.
Aquí se manifiesta una paradoja asombrosa: aquellos que no creyeron el testimonio de otros, ahora son enviados a testimoniar. Aquellos que dudaron son comisionados. La misión no es premio a la perfección, sino fruto del encuentro con Cristo resucitado.
La estructura de este pasaje es terapéutica. Va de la fragilidad humana a la gracia divina. De la duda a la misión. De la parálisis a la proclamación. Es un evangelio para una Iglesia herida, para creyentes en crisis, para comunidades rotas por la desesperanza. Nos dice que la incredulidad no es el final de la historia. Nos recuerda que Cristo insiste.
Cada aparición de Jesús postresurrección es un acto de misericordia y pedagogía divina. Él se adapta, se revela en formas diversas, habla el lenguaje del dolor, de la confusión, del miedo. Y lo hace sin dejar de ser exigente. Porque si bien el Evangelio es gracia, también es verdad.
¿Qué aplicaciones encontramos de este hermoso pasaje?
a) La incredulidad no descalifica.
Muchos creyentes cargan con culpas por no “sentir” fe, o por vivir períodos de duda. Este texto nos consuela: incluso los apóstoles dudaron. Lo que importa es qué hacemos con esa duda: ¿cerramos la puerta o esperamos al Resucitado?
b) El testimonio cuenta, aunque no lo crean.
María Magdalena y los discípulos del campo fueron rechazados. Pero su anuncio fue el inicio de una cadena de proclamación imparable. No te detengas si no te creen. La verdad no necesita aplausos para ser verdad.
c) Jesús siempre toma la iniciativa.
Él se aparece, Él confronta, Él envía. No esperamos la fe perfecta para comenzar la misión; la misión nos transforma en creyentes. Como decía San Agustín: “Cree para entender, entiende para creer.”
d) La fe es comunitaria y universal.
“Proclamen la Buena Nueva a toda la creación.” No es un mensaje para unos pocos ni un club exclusivo de salvación. Es una invitación a todos, desde el que duda hasta el que proclama.
e) El Evangelio es anuncio de lo increíble.
Hablar de un muerto que vive, de una tumba vacía, de un Dios que muere y resucita, es humanamente ilógico. Pero esa es la lógica de la fe cristiana: lo imposible hecho carne. Por eso, el Evangelio no es una doctrina más. Es el acontecimiento que lo cambia todo.
Y, para nuestra vida cristiana, ¿qué podemos aprender?
+ Escucha incluso lo que te cuesta creer. A veces Dios te habla a través de quien menos esperas. No descartes una palabra solo porque desafía tu lógica.
+ No temas tus dudas: preséntalas a Cristo. Él no teme la incredulidad, pero sí la indiferencia. Las dudas sinceras pueden convertirse en caminos de encuentro.
+ Da testimonio aunque tu pasado pese. Como María Magdalena, tu historia no te descalifica. Al contrario: puede ser el mejor marco para mostrar la obra de Dios.
+ Confía en que Jesús se te aparecerá. Tal vez no como lo esperas, pero Él se mostrará en tu camino: en el sufrimiento, en la comunidad, en la Eucaristía, en el prójimo.
+ Vive en clave de misión. No esperes “sentirte listo”. Estás llamado a proclamar, con tu vida y tus palabras, que Cristo vive.
+ No des por perdido a nadie. Si los discípulos más cercanos dudaron y aun así fueron enviados, ¿quién está fuera del alcance de Dios?
+ Ama la verdad, aunque duela. Jesús reprocha con amor. No para humillar, sino para sanar. Deja que su verdad te interpele.
+ Proclama con audacia, incluso si el mundo no escucha. La resurrección no necesita pruebas científicas para ser verdadera. Solo necesita testigos valientes.
El pasaje de Marcos 16, 9-15 no solo narra lo que ocurrió hace dos mil años. Es un espejo de nuestra historia espiritual. Nos muestra a un Dios paciente, insistente y misionero. Nos revela que el anuncio de la Resurrección es más grande que nuestras flaquezas, y que la incredulidad no es obstáculo definitivo, sino lugar de encuentro.
El Resucitado no busca discípulos perfectos, sino disponibles. Él no espera iglesias sin heridas, sino comunidades dispuestas a anunciar con alegría que la muerte no tiene la última palabra. Ese anuncio —loco, improbable, divino— sigue corriendo por el mundo. Y tú eres parte de esa carrera.
“Proclamen la Buena Noticia a toda la creación” (Mc 16,15).




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