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AMAR EN TIEMPOS INCIERTOS

  • Foto del escritor: estradasilvaj
    estradasilvaj
  • 28 may
  • 5 Min. de lectura

En un mundo donde las relaciones parecen fugaces, los compromisos se postergan o se evitan, y la ética del amor ha sido reemplazada por algoritmos, vivir un noviazgo auténtico se ha convertido en una forma de resistencia. El amor —ese verbo profundo y misterioso que ha sido reducido a una emoción efímera— necesita hoy más que nunca raíces sólidas. Y esas raíces están en la ética, los valores, la inteligencia emocional y la sabiduría de lo vivido.

La psicología moderna ha descrito el amor como una combinación de intimidad, pasión y compromiso, según el famoso triángulo de Sternberg. Sin embargo, en muchas relaciones actuales, uno o más de estos componentes están ausentes. El “amor líquido”, como lo llamó Zygmunt Bauman, se ha instalado en nuestra cultura: relaciones sin profundidad, emociones intensas pero volátiles, y un miedo casi existencial al compromiso.

Pero amar, realmente amar, exige algo más que mariposas en el estómago. Exige una decisión consciente de cuidar del otro, incluso cuando no es conveniente. Es preguntarse: “¿Estoy dispuesto a amar también cuando no me siento enamorado?”. Un verdadero noviazgo no nace solo de la química, sino del cultivo diario de una conexión emocional, espiritual y racional.

El noviazgo no es un simple pasatiempo ni un ensayo social; es una escuela del alma. En él se aprende a:

-Escuchar con el corazón,

-Ceder sin perder la dignidad,

-Resolver conflictos sin anular al otro,

-Conocerse a uno mismo a través del otro.

Desde la perspectiva de la inteligencia emocional, un buen noviazgo requiere autoconciencia, autorregulación, empatía, habilidades sociales y motivación genuina. La pareja que no aprende a manejar sus emociones, que reacciona en vez de responder, que manipula en vez de dialogar, está destinada a un vínculo tóxico o frágil.

El psicólogo Daniel Goleman insiste: "Las emociones no desaparecen; o las gestionamos, o nos gobiernan". En el noviazgo, esto es vital. Muchas relaciones fracasan no por falta de amor, sino por una mala gestión de emociones, heridas no sanadas y expectativas no dialogadas.

Vivimos en una cultura hiperveloz, centrada en el éxito, el placer instantáneo y la apariencia. Los valores como la fidelidad, la paciencia, la castidad, la verdad, el respeto mutuo, se perciben como reliquias del pasado. Pero sin ellos, el amor se convierte en una ficción.

El verdadero noviazgo necesita una ética del cuidado: no puedo tratar al otro como un objeto para mi satisfacción. Necesita una ética del tiempo: el amor se construye en la perseverancia. Y necesita una ética de la verdad: solo puede amar quien se atreve a mostrarse tal como es, sin máscaras ni filtros.

Esto no significa volver al moralismo represivo, sino rescatar lo que hace que el amor sea verdaderamente humano: la responsabilidad mutua, la libertad con límites, y la dignidad del otro como inviolable.

Hoy, muchas relaciones nacen en redes sociales o aplicaciones. Aunque pueden facilitar el encuentro, también pueden distorsionar la relación. Se idealiza al otro, se ocultan aspectos esenciales de la personalidad y se corre el riesgo de vivir un noviazgo virtual, sin profundidad.

La hiperconectividad ha sustituido la conversación por el mensaje, la presencia por el emoji, la escucha por el scroll. Muchos jóvenes se sienten emocionalmente disponibles para todos, pero verdaderamente vinculados con nadie.

Por eso, un noviazgo sano debe elegir la presencia real sobre la digital, la conversación profunda sobre los likes, el encuentro auténtico sobre la imagen.

Muchos inician relaciones desde vacíos afectivos, buscando que el otro los complete, los salve o les dé sentido. Pero nadie puede amar bien si no ha aprendido primero a amarse sanamente a sí mismo. El noviazgo no puede ser terapia emocional ni refugio de traumas no resueltos.

La psicología moderna advierte que cuando dos personas heridas inician una relación sin conciencia ni trabajo interior, es probable que terminen hiriéndose mutuamente. El noviazgo debe ser una oportunidad para crecer, no una forma de evitar la soledad o de anestesiar el dolor.

Hay que decirlo con claridad: el amor por sí solo no basta. Hace falta madurez, objetivos compartidos, espiritualidad, sentido de vida, y proyectos comunes. Un verdadero noviazgo es aquel que se proyecta hacia algo más: no vive del momento, sino que construye hacia el futuro.

También implica límites. El amor no justifica el abuso, la dependencia emocional, el control disfrazado de celos, o la manipulación. Amar es también saber decir “no” a lo que daña, incluso si nos duele.

Para quienes tienen una dimensión espiritual, el noviazgo no es solo emocional o psicológico. Es también vocacional. No todo vínculo es bueno solo porque hay amor; hay vínculos que nos acercan a nuestra mejor versión, y otros que nos desfiguran.

Un noviazgo bien vivido es un camino de santidad: de crecimiento, de verdad, de lucha interior. Orar juntos, tener valores comunes, buscar el bien del otro incluso a costa del propio ego, son señales de un amor auténtico.

**** Recomendaciones para jóvenes y adolescentes

+ No te apresures. El amor necesita tiempo. No todo lo que brilla al principio es oro. Conócete primero antes de ofrecerte a alguien.

+ No busques que el otro te complete. No eres media naranja de nadie. Eres una persona entera que elige compartir su vida, no llenarla con otro.

+ Aprende a poner límites. El amor no se demuestra aceptando todo. Quien te ama, respeta tu tiempo, tu cuerpo, tu libertad y tus decisiones.

+ Trabaja en tu inteligencia emocional. Aprende a reconocer tus emociones, a expresarlas sin herir, a perdonar y a dialogar. Estas habilidades valen más que cualquier romanticismo pasajero.

+ Busca relaciones que te eleven. Si tu pareja te aleja de tu familia, de tus sueños, de tus valores, no es amor: es control. El amor verdadero te hace libre.

+ No idealices. Nadie es perfecto. Tu pareja no será tu salvación, ni tú la de él o ella. Pero juntos pueden caminar, equivocarse, corregirse y crecer.

+ Cuida tu cuerpo y el del otro. La intimidad física tiene sentido cuando va acompañada de madurez emocional y responsabilidad. No te dejes presionar.

+ Ora, si crees en Dios. Un noviazgo que se vive desde la fe tiene más herramientas para perdurar, para sanar y para decidir con sabiduría.

+ No te compares con otras parejas. Cada historia de amor es única. No busques parecerte a lo que ves en redes: busca lo que hace bien a tu alma.

+ Pregúntate si este amor te hace mejor persona. Si no te ayuda a crecer, si te quita la paz, si te hace menos tú, entonces no es verdadero amor.

Vivir un verdadero noviazgo hoy es casi un acto revolucionario. Es decirle al mundo que el amor no ha muerto, que la dignidad no pasa de moda, que el respeto es posible, y que la fidelidad no es debilidad, sino fortaleza.

Los jóvenes y adolescentes no necesitan menos amor, sino mejor amor. Amor que construya, que edifique, que sane, que no use ni deseche. Amor con raíces, con sentido, con valores.

Porque al final, el noviazgo no es un fin en sí mismo. Es un camino. Y como todo camino hermoso, necesita firmeza en los pasos, dirección en el alma y esperanza en el horizonte.

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