ACERCA DE LA FE
- estradasilvaj
- 7 jun 2022
- 3 Min. de lectura
Podría escribir uno o dos libros acerca de la Fe. Pero es mi propósito aliviar la duda y animar los corazones de muchos cuyas vidas viajan a la deriva, en la oscuridad, en las pruebas y en la ausencia de todo. Quizás también, en el tenerlo casi todo y casi nada.
Mi primera reflexión parte de Hebreos 11:1, "Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de los que no se ve".
La Fe no es una ausencia de irracionalidad o de la falta de explicación a lo que no entendemos o comprendemos. No es el recurso de un ingenuo, tonto o engañado. Es un acto profundo, interior de todo ser humano que está frente a los desafíos de la vida misma. Hay situaciones y cosas que vemos y nos ocurren para las que no tenemos explicación, una respuesta. Hay promesas que nos invitan a desmantelar nuestra vida por otra totalmente distinta, que creemos imposible, inalcanzable.
En ese abandono, en esa soledad, en esa oscuridad... En ese dolor y sufrimiento que nos doblega, surge de lo profundo de nuestro corazón un aliento cálido, un rayo de esperanza que sólo la Fe nos lo puede dar. Nos mantendrá vivos, con los brazos abiertos, con la mirada levantada hacia lo alto.
La segunda reflexión es que Jesús es la fuente de la fe. El evangelista san Lucas escribe en el capítulo 17:5, "Dijeron los apóstoles al Señor: 'Auméntanos la fe' ".
La Fe es un don del Padre y tenemos que pedirlo. Para recibirlo hay que disponer nuestra mente y corazón y recibirlo. Dios no dudó en enviar a su Hijo al mundo. Llegó con un propósito claro y determinado. No todo ser humano recibe este don de la misma manera.
La actitud más genuina del ser humano es tener abierto nuestros sentidos, nuestro ser y nuestro espíritu a la revelación, a esa voz que sólo puede ser escuchada en lo personal, por la aceptación íntegra de un Dios que se no revela y entrega en Jesucristo.
San Pablo nos escribe en Romanos 10:17: "Así que la fe nos viene por el oír, y el oír, por la palabra de Dios".
Si permaneces en un mundo rodeado por el ruido, los placeres, los espejismos, las mentiras y engaños... No será tan fácil que recibas el don, tendrás que renunciar a todo para aceptar a Jesucristo. Aceptarlo, significa escuchar, abrir los oídos y recibir su Palabra, ese lenguaje vivo y renovador que transforma nuestra vida pasó a paso. Como quien va emergiendo de las aguas profundas y oscuras hacia la superficie para inhalar y abrir los ojos a luz verdadera. Es en Cristo y por Cristo que nos viene la Fe.
La tercera y última reflexión la encuentro de nuevo en Hebreos 10:38, "Mas el justo vivirá por fe; y si retrocediere, no agradará a mi alma". Tener fe es confiar en Dios en todo momento. Hay quienes se acuerdan de Dios en las malas y se olvidan en las buenas; hay quienes no conocen a Dios ni en las buenas ni en las malas.
Vivir por fe es vivir para Dios. Cuesta mucho. Porque eso significa vivir según sus Mandamientos, desaprobar todo lo malo, todo aquello que nos aleja, todo lo que ofende a Dios. Si viviéramos por fe, viviríamos como a Dios agradara.
Pero somos débiles y tenemos que decir cómo lo expresa el apóstol san Marcos 9:24, "E inmediatamente el padre del muchacho clamó y dijo: Creo; ayuda mi incredulidad". Sí, decir: Señor, creo, ayúdame a no ser incrédulo. Pues en esa incredulidad es cuando nuestra alma grita: ¡Señor, sáname! ¡Señor, sálvame!
La Fe es la medicina en los momentos más cruciales de nuestra vida. Horada en lo profundo, socava y saca fuera todo aquello que nos impide recibir la sanidad de nuestro Dios.
Nos aproximamos a caminar de nuevo la historia de Jesucristo con su pasión, muerte y resurrección. Cada día que vivimos son oportunidades para crecer en la Fe. Una fe que se traduce en buenas obras, en compromiso, en cambios, en decisiones nuevas, en ser capaces de tener certeza de lo que esperamos y convicción de lo que no vemos.



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