A TUS MANOS SEÑOR, ENCOMIENDO MI ESPÍRITU
- estradasilvaj
- 5 may
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A tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu,
como el niño que, al dormir, confía en su madre.
No temo la noche, ni el viento, ni el abismo,
pues tu aliento me envuelve y tu luz nunca parte.
Tú eres mi roca, mi escudo, mi aliento,
mi refugio en la sombra, mi canto en el viento.
Cuando el mundo se cae, tú permaneces,
cuando todos se van, tú te quedas presente.
Te entrego mi ser con su historia y sus grietas,
mis días de gloria y mis horas desiertas.
Cada lágrima mía que ha surcado la tierra,
la recoges en cántaros de amor sin reservas.
A tus manos, Señor, como el barro rendido,
como el mar a la luna, como el sol al rocío.
Tú moldeas mis horas, mis dudas, mis sueños,
con ternura de Padre y silencios eternos.
En tus manos descansan los justos caídos,
los santos ocultos, los mártires vivos.
Allí va mi espíritu, cuando callo y te miro,
cuando pierdo las fuerzas y al fin me abandono contigo.
No hay abismo tan hondo que no tenga tu abrazo,
ni caída tan dura que tú no transformes en paso.
Tú eres el Dios que no duerme, el que guarda mi alma,
el que canta en mi pecho cuando todo se apaga.
A tus manos, Señor, va mi grito escondido,
mis palabras no dichas, mis amores vencidos.
Lo que el mundo no entiende, tú lo sabes de sobra,
porque ves en mi fondo la verdad que me nombra.
Te encomiendo mi espíritu, no como quien huye,
sino como quien sabe que al fin se descubre.
Tú eres más que el refugio: eres la meta, el sentido,
la respuesta callada, el misterio cumplido.
Y si un día mi cuerpo se cansa del viaje,
que mi alma te encuentre, como el río a su cauce.
Que no tema la muerte, si es puerta a tu abrazo,
si en tus manos eternas se transforma en descanso.
Oh, Señor de los vivos, Señor de los muertos,
Tú que vences al tiempo, tú que rompes los cierros,
te confío mi ser, mis aciertos, mis fallos,
y la voz que me diste, que aún canta en lo alto.
A tus manos, Señor, como Cristo en la cruz,
cuando el cielo se oscurece y no queda más luz.
Ese grito de entrega que el Hijo pronuncia,
hoy lo digo temblando, pero lleno de tu gracia.
A tus manos me doy, sin reservas ni miedos,
pues tus manos tejieron mi ser en silencio.
Me llevaste en tu palma, antes que yo existiera,
y en tu palma descanso cuando todo se cierra.
No hay lugar más seguro, ni descanso más dulce,
que saberme en tus manos, aunque el mundo me juzgue.
Allí soy de nuevo, allí vivo, allí canto:
a tus manos, Señor, me confío… y me alzas en alto.




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